miércoles, 21 de noviembre de 2007

Origenes del Shiatsu -Segunda entrega-

La época en que los distintos artículos sobre los tratamientos populares del Shiatsu y otros métodos fueron agregados como suplementos al “Akahon” – “El libro rojo” –, a su vez publicado en el decimocuarto año de Taishô (1925), parece situarse en el momento en que este fue revisado, en el cuarto año de Shôwa (1929). El “libro rojo” que el Sr. Isawa había leído en el séptimo año de Shôwa (1932), libro en el que se encontraba detallado todo lo referido al Shiatsu, corresponde a esta versión revisada. La época en que el Sr. Tsukuda había estudiado el Shiatsu con tres profesores diferentes para poder escribir estos suplementos debía ser aún más antigua. En definitiva, a principios de Shôwa (año 1926-1930), todas estas personas ya habían escuchado la denominación “Shiatsu”. Visto que, en la actualidad, muchas son las escuelas que también se denominan Shiatsu según…”, “Shiatsu al modo de…”, etc., queda claro que, al momento de la institución de sus escuelas, los terapeutas de Shiatsu tuvieron tendencias a adoptar estas denominaciones. El hecho de adoptar nombres como “… al modo de…”, “…según…” traduce a su vez una voluntad de desmarcarse de las demás escuelas vigentes hasta ese momento, lo que significa que ya existían previamente escuelas similares.
Efectivamente, el Sr. Oguro, tras haber publicado, a partir de octubre de 1965, una serie de artículos en un diario bajo el título “Las terapias manuales en Japón”, hizo un aporte que echó luz sobre la cuestión de los creadores. Escribía que: “Muchos de los que realmente pueden ser considerados como los creadores o los promotores de las distintas terapias que hoy existen ya no viven. Los terapeutas manuales de hoy en día les sucedieron en estas terapias y heredaron su sistema. Dado que todos los terapeutas manuales modernos se formaron con técnicas terapéuticas que veremos a continuación o con terapias importadas de otros países, enfocadas en la columna vertebral, resultaría extraño que alguien hoy pueda presentarse como el creador de una terapia. Aun los terapeutas actuales que se presentaron como creadores de tal o cual terapia sólo apadrinaron esas terapias.” Este me parece ser un excelente punto de vista. “En esta misma época, el Sr. Tenkeï Tamaï (cf. a continuación) se señalaba a él mismo como el creador de la terapia del Shiatsu, pero se ignora quién fue su instructor. Aunque es posible que haya sido el inventor del término “Terapia del Shiatsu”, su técnica necesariamente debe haberle sido enseñada por alguien”, agregaba sin dudas.
La obra de Tenkeï Tamaï – “Shiatsu-Hô” (“la técnica del Shiatsu”) fue publicada en el decimocuarto año de la era Shôwa (1939) y todavía hoy se la puede conseguir de vez en cuando en las librerías. El Sr. Oguro continúa diciendo: “Antes de la publicación de este libro, el autor ya había escrito otras dos obras sobre el Shiatsu y como relata en este libro que ejercía el Shiatsu desde hacía veinte años, se puede pensar que ya a principios de Taishô (años 15), progresando en el método terapéutico del Shiatsu, había empezado a ejercer y a dictar cursos. Y como en la portada de su obra se podía leer la mención: “Escrito por Tenkeï TamaÏ, el creador de la terapia del Shiatsu”, parece que efectivamente puede haber sido él quien utilizó por primera vez la denominación “Terapia de Shiatsu”.
En cuanto a mi, fue en el cuarto año de Shôwa (1940) que vi. por primera vez este libro sobre “La técnica del Shiatsu” y que simultáneamente pude conocer al Sr. Tamaï. En aquella oportunidad comencé con el estudio del Shiatsu; por eso quisiera detenerme ahora en esta época de mi vida.
Como mi padre era militar en la marina, mi madre, que ya estaba familiarizada con el “libro rojo” y que tenía aversión a las inyecciones, recurría regularmente a los remedios caseros. En esa época, cuando un miembro de la familia se veía afectado por una enfermedad que requería la consulta de un médico, esto significaba la ruina para la familia, aun en diferentes estratos sociales. Por este motivo, y también debido a las críticas que la medicina occidental generaba en su contra, la difusión de las medicinas paralelas era notable. Se puede decir que la tendencia de las revistas de aquella época que publicaban sin cesar números especiales o suplementos dedicados a las medicinas empíricas es muy similar a lo que ocurre hoy en día.
Como mi padre era el responsable sindical de nuestro barrio, en Kyoto, llegaban a mis oídos chismes entre los cuales circulaban relatos de enfermos, considerados como incurables, que habían sido curados simplemente por el tacto. Mi madre, que tenía aversión a las inyecciones y a los medicamentos, se había dirigido, con cierta curiosidad, hacia el Sr. Hosomi, quien practicaba este método terapéutico por el tacto manual. Al sufrir molestias abdominales, se sorprendió cuando le dijeron que “nadie había sufrido tanto como ella de dolores de riñón y de pesadez en las piernas. Esto proviene de la sangre vieja de sus partos que no puede evacuarse desde hace más de diez años”. Aunque mi madre le contó a mi padre lo que había sucedido, él no le prestó atención y le dijo: “Simplemente te dijeron lo que querías oír”. Sin embargo, luego de visitar prácticamente todos los días a este terapeuta durante un mes, tuvo una hemorragia similar a la que se produce al expulsar la placenta y la profecía se había cumplido de un modo inesperado. No había sido tomada en serio cuando describía a los médicos de sus dolores en las piernas y en los riñones. Ahora bien, estos dolores, para los cuales no había obtenido ningún resultado, aun luego de haber tomado cantidades de medicamentos de Kanpô o de remedios caseros, habían sido diagnosticados simplemente por el tacto de las manos y ahora podía tener ante los ojos la prueba de la exactitud de ese diagnóstico. Al no haber podido dormir aquella noche, por el estado de agitación en que se encontraba, me contó lo que había decidido: “tengo tres hijos, quiero hacer la promesa de ofrendar uno de ellos a esta maravillosa medicina para que pueda salvar a las personas que sufren como yo misma sufrí”.Como tenía trece años en aquel momento, y mi hermano once, la causa del sufrimiento de mi madre había sido el nacimiento de mi hermano menor. Así fue como los tres, junto con mi hermano mayor, de quince años, comenzamos a presenciar sesiones del tratamiento sin conocer las verdaderas intenciones de nuestra madre. Recuerdo que, al tener un problema en la nariz, me sorprendió que me dijeran “este muchacho ronca seguido, ¿no es cierto?”. Porque, efectivamente, a menudo se me tapaba la nariz. Al tener los honorarios médicos el costo de un Yen por sesión de veinte a treinta minutos, también recuerdo haberme sorprendido viendo como, sólo por el tacto de las manos, se apilaban en una estantería los billetes de un Yen: lo que significaba que mucha gente concurría al tratamiento.
Cuando mi madre, siempre entusiasmada por el estudio, le había comunicado a este terapeuta su deseo de aprender la técnica, este le pidió, a modo de respuesta, que reuniera al menos a diez personas y no sólo a dos o tres.
Luego de haber convencido cierto número de personas en el barrio o entre sus conocidos, terminó por reunir suficientes participantes para poder pagar la importante suma de treinta y cinco yenes para un curso de cuatro días. Recuerdo que mi hermano, que acompañaba a mi madre, había participado del curso sin pagar bajo el pretexto que se trataba de un niño, lo cual no era del agrado del terapeuta, pero no había sido autorizado a presenciar la ceremonia en que se invocaban fuerzas espirituales. Creo que la teoría que se enseñaba no tenía nada muy trascendente, ya que si se tocaba con la mano el lugar enfermo del paciente, este debía sanar naturalmente. Cuando mi madre había preguntado: “¿Por qué no se utilizan las dos manos?”, recuerdo haber escuchado el Sr. Hosomi contestarle algo así como: “porque uno se cansa, agota su energía”. Como la pregunta seguía rondando en su mente, se decía a sí misma: “aunque no sea más eficaz, la práctica con las dos manos sería de todos modos más generosa” y experimentaba los efectos de la técnica que había aprendido tocando con la mano a todas las personas con las que se encontraba. Satisfecha por los buenos resultados obtenidos, sin embargo sentía cierta carencia en el tacto con una sola mano.
Un año más tarde, mi padre había leído que se realizaría un seminario de Shiatsu en Osaka y se lo comunicó a mi madre. Si la palabra Shiatsu retuvo su atención, probablemente haya sido porque ya tenía conocimiento de la misma gracias al “libro rojo”. “Como te resulta difícil desplazarte hasta Osaka, voy a asistir al seminario yo mismo”, dijo. En aquel entonces los signos precursores de la época de guerra tenían cierta notoriedad y al ser diseñador de Kimono (traje tradicional japonés) de profesión, actividad pacífica, mi padre tenía bastante tiempo libre y, al parecer, debió haber leído el diario muy detalladamente dada las inquietudes que despertó la situación. Cuando, después del curso, quiso poner en práctica la técnica que había aprendido, mi madre no dejaba de hacerle preguntas tales como: “¿Por qué este punto es eficaz?” o “en tal caso, ¿se puede ejercer presión?”… pero él había vuelto sin ninguna respuesta a sus preguntas y le decía: “Este tipo de pregunta debes hacérselas al mismísimo Maestro.” Luego de convencer a mi padre, lo llevó a entablar negociaciones para que un curso similar también fuera llevado a cabo en Kyoto. En aquella época, Tenkeï Tamaï dictaba seminarios y recorría las principales ciudades del país organizando sesiones de tratamiento de Shiatsu y llevando siempre consigo el libro que mencionamos, “la técnica del Shiatsu.
Para empezar, cientos de personas habían asistido a su demostración gratuita. De este modo yo también pude ver a Tamaï, que debía tener, en ese entonces, cerca de ochenta años y que, con sus canas y su bigote, tenía una presencia llena de dignidad. Cuando, al final de su presentación, dijo “¿Tienen alguna pregunta? Como estoy iluminado, puedo contestar cualquier pregunta”, tuve ganas, como buen muchacho imprudente a los quince años, de hacerle una pregunta dificultosa, pero no pude encontrar ninguna.
Por lo que se decía, menos de diez personas participaron de su curso de cinco días. Una vez terminados los tratamientos y sus cursos del día en Osaka, el Maestro Tamaï venía a dictar cursos en la sala de nuestra casa. Como a la noche no podía volver a Osaka luego del curso, se quedaba a pasar la noche y retornaba a Osaka al día siguiente. Al ser el Maestro una persona de edad avanzada y como mi madre no podía soportar verlo tan cansado, le propuso sus cuidados, con su dinamismo característico y diciéndole: “Sólo soy una principiante, pero permítame por favor practicarle el Shiatsu. Es cierto que a mi madre le faltaba experiencia en el Shiatsu, pero quizás haya sido por la experiencia que había desarrollado con otras terapias manuales o porque tenía un don innato de terapeuta que recibió los elogios del Maestro Tamaï, quien le dijo: “Me siento muy bien. Su Shiatsu sobre el abdomen es el mejor de Japón”.

Hoy en día existen numerosas escuelas de Shiatsu pero no conozco ninguna que haya desarrollado una técnica de Shiatsu sobre el abdomen equivalente a la de Tamaï. Su obra “La técnica del Shiatsu se basa en las teorías de la medicina occidental; pienso sin embargo que el origen de su técnica se encuentra en realidad en el “Anpuku Zukaï” (1). En sus cursos también se ponía particular acento en el Anpuku y pienso que su Shiatsu personal “por la mano inspirada” no era más que una técnica particular para desatar los Kori –contracturas-profundos del abdomen.

No creo que haya sido únicamente gracias a su técnica que el Maestro le hizo ese cumplido a mi madre por su Anpuku, ya que durante todo el tiempo en que continuó ejerciendo el Shiatsu, varias personas le hicieron el mismo cumplido: “Su práctica sobre el abdomen es la mejor de Japón”. Si estas personas podían hablar de este modo y sostener su afirmación, es seguramente por la experiencia de haber sido atendidas por varios terapeutas. Estoy orgulloso de haber podido desarrollar por mí mismo mi propia técnica para practicar el Shiatsu, pero mientras que mi madre me practicaba el tratamiento sobre el abdomen, no podía impedirme pensar: “No creo que sea la mejor en lo referido a la técnica, pero lo cierto es que ella transmite un carisma en el arte de curar que supera el de cualquier otra persona”. Uno se sentía invadido por su ímpetu por sanar el mal del paciente. Hoy me pregunto si no se trataba de una suerte de fuerza espiritual.

Los terapeutas que crearon su escuela y desarrollaron su propio método seguramente dieron lo mejor de sí; sin embargo, el resultado de su particular terapéutica parece depender más, en definitiva, de su propia fuerza interior que de su técnica. De este modo, el Sr. Haruchika Noguchï (2), que acaba de fallecer y que, luego de la guerra, había dado que hablar por su matrimonio con una aristócrata en desmedro de su condición de terapeuta de Shiatsu, era un hombre de genio que había realizado la mayor parte de su trabajo como presidente de la Asociación de Seïtaï (3). Creo que falleció al haber agotado su energía interior practicando demasiados tratamientos. Su forma de terapia parece ser un método de Seïtaï combinado con una suerte de Kiaï (técnica de concentración del Ki). Cuando llegué a Tokio, escuché que mucha gente hablaba de él como de un hombre renombrado que, luego de la guerra, había difundido entre el público el nombre del Shiatsu.

(1). “Anpuku Zukaï”- literalmente; “el Anpuku a través de la imagen”- Libro aparecido en 1827, de Jinsaï Ohta: Monje, tercero del rango de la alta jerarquía búdica japonesa de la época. Cae gravemente enfermo y habiendo intentado en vano diferentes métodos, conoció la existencia de una técnica curativa a través de la presión de los dedos sobre el vientre, denominada “Ankupu”. Se puso a ejercerla sobre sí mismo y logró curarse. Desde entonces, convencido de las virtudes terapéuticas de este método, comenzó a estudiarlo y habiendo constatado su eficacia en los pacientes, publicó, con el fin de hacerlo conocer y de ayudar a los enfermos, este tratado del “Anpuku ZuKaï”, en el cual se muestra crítico frente al lugar del Anma alterado de la época y subraya las virtudes del Anpuku y del Dôin en el cuidado de la salud.

(2).Haruchika Noguchï (1911-1977): Terapeuta de Seïtaï y presidente de la Asociación del mismo nombre. Su método de tratamiento, basado en su propia teoría, asociaba movimientos, conducidos por el terapeuta, con el objetivo de reforzar la energía esencial (Katsugen: “Katsu”: aumentar, activar, reforzar; “gen”: literalmente, la esencia) del sujeto, a una técnica de transmisión de energía (Yûki – “Yû”: transmitir; “Ki”: energía) en la que el terapeuta, al concentrar su energía, transmitía la misma por imposición de las manos arriba del lugar enfermo del sujeto.

(3).Seïtaï Método de tratamiento, basado en la teoria propuesta por Haruchika Noguchï, que asociaba movimientos, conducidos por el terapeuta, con el objetivo de reforzar la energía esencial (Katsugen: “Katsu”: aumentar, activar, reforzar; “gen”: literalmente, la esencia) del sujeto, a una técnica de transmisión de energía (Yûki – “Yû”: transmitir; “Ki”: energía) en la que el terapeuta, al concentrar su energía, transmitía la misma por imposición de las manos sobre la zona enferma del sujeto.

Shizuto Masunaga

Publicado en la revista "Ido No Nippon"

Traduccion:E Kohen

Revisión técnica: Daniel Donatto

Agradecimientos: A Pepe Gil Vázquez por el soporte y la colaboracion


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